CANIBALES

La práctica del canibalismo se pierde en la noche de los tiempos. Han sido tantas y tan variadas las circunstancias que llevan a una persona a comerse a un semejante que aún hoy aparecen nuevas formas y motivos para el canibalismo.

En Australia la extrema escasez de alimentos dio lugar entre las tribus al endocanibalismos, es decir, en ocasiones las madres se comían junto con sus hijos el bebé que acababa de nacer. En muchas civilizaciones se practicaba sólo por darle gusto al paladar. Así, en Papua tenían la costumbre de encerrar al muerto en una cabaña, y una vez se había llenado de gusanos, lo devoraban. En el valle de Cauca (Colombia) el canibalismo se extendió entre las tribus aunque poseían amplias reservas animales y de cereales, sólo lo hacían por el sabor de la carne.

 

Con la evolución de las sociedades, éstas fueron dándole una motivación creando el canibalismo ritual en el que primero toda la tribu, y luego sólo unos elegidos, comían a prisioneros como parte de un ritual elaborado que daba poder a los que la practicaban. Así adquirían las propiedades vitales de la víctima, el maná o energía del difunto era encauzada por los sacerdotes para el bien propio o de su pueblo. Y solamente unos pocos (el rey, nobles y sacerdotes) eran capaces de dirigir esa energía, y por eso eran los únicos que podían consumir ciertas partes de las víctimas (corazón, cabeza, hígado) siempre dentro de un ritual mágico, los guerreros dueños de la captura se repartían manos, pies y muslos; la sangre se reservaba siempre para los dioses. Si no se llevaba a cabo el ritual era considerado un crimen más; además, devorar a un miembro de la misma comunidad era considerado una barbaridad. Fue en Sudamérica donde el canibalismo ritual alcanzó las más altas cotas, los Aztecas mantenían una guerra continua con Txaltecas para que ambos bandos pudieran conseguir prisioneros para sus sacrificios. Hasta 10.000 de ellos fueron asesinados en una celebración en las que los nobles se llevaban a casa las mejores partes de los prisioneros. Moztezuma contaba entre sus 3.000 manjares con carne humana. El Inca Huascar fue prisionero por su ambicioso hermano Atahualpa, los generales que lo custodiaron le dieron muerte sacándole los ojos para cocinarlos, luego arrancándole un brazo para comérselo, y cuando terminaron, se comieron el resto.

 

Pero aunque parezca mentira, la antropofagia sigue aún de actualidad, no en tribus primitivas, sino en nuestras ciudades, unas veces por necesidad, otras sin saberlo y algunas por placer. Habría que preguntarse qué hubiéramos hecho de padecer lo que les ocurrió a los supervivientes del vuelo que se estrelló el 13 de octubre de 1972 en plena cordillera andina. Sólo pudieron contarlo los que se comieron a sus compañeros muertos para subsistir, aunque N. Torcati se negó a hacerlo y se dejó morir de hambre y frío. Muchas veces se ha dado la circunstancia de náufragos que han tenido que sortearse cuál de ellos iba a ser comido. También está la triste historia de los Koljós soviéticos, en la que dos prisioneros convencían a un tercero para que los acompañara en la fuga, la razón es que durante la travesía por la estepa, cuando el hambre era insoportable, era asesinado para comérselo.

 

Las historias relativas al canibalismo siempre han tenido un cierto atractivo y se hallan presentes en más sitios de los que parece. Recordemos ni más ni menos el cuento de Hansel y Gretel, en el que los niños eran encerrados y engordados para su consumo. Esta historia tiene bases reales, aunque la realidad supera ampliamente la ficción más retorcida.

 

Cuatro reporteros estadounidenses decidieron internarse en los pantanos del Orinoco (Amazonas) en busca de los Shamatari, una tribu antropófaga. Querían hacer un documental sobre ellos y sus prácticas para ganar prestigio internacional, pero los indios eran muy escurridizos y no lograban dar con ellos, así que decidieron aprovechar el viaje y hacer el reportaje de todas formas. Cuando encontraron por fin a una india Shamatari la violaron y empalaron para filmarla como si fuera obra de los indios. Estos, enfurecidos, capturaron a los reporteros y se los comieron, hecho que quedó grabado en sus cintas de 16 mm. Un antropólogo que empezó a preocuparse por la tardanza de la expedición fue en su busca, encontró a los indios que le invitaron a comer carne humana, recogió las cintas de película colgadas de los árboles y con ellas se descubrió la historia. Y como no podía ser menos, cuando la historia se dio a conocer se filmó la película "holocausto caníbal" (1978) que recrea toda la historia. El lema decía con razón "Jamás el ojo humano contempló tanto horror".

 

Las historias de modernos caníbales abundan cada vez más, ciudadanos aparentemente normales pero que algún tipo de trastorno les lleva a matar y a comerse a sus víctimas.

Jeffrey Dahmer, conocido como el "carnicero de Milwaukee", violó, asesinó, bebió la sangre y se comió parte de 16 jóvenes, entre ellas el cerebro. Cuando se le preguntó la razón de sus atrocidades respondió: "Me hacía sentir que pasaban a ser permanentemente parte de mí, aparte de la curiosidad de saber cómo eran". Esto recuerda un poco a la ingestión de partes del cuerpo del guerrero más valiente para adquirir esa cualidad. En la prisión propuso formar un grupo de caníbales anónimos, pero lo que parece aún más sorprendente es el hecho de que hubiese personas dispuestas a pagar grandes sumas de dinero por hacerse con alguna de las pertenencias con las que cometió sus crímenes: cuchillos con los que descuartizaba a sus víctimas, el frigorífico donde guardaba las cabezas, las sierras mecánicas, etcétera. Y es que algunos de los familiares de las víctimas estaban dispuestos a subastarlas con tal de cobrar las cantidades compensatorias que les correspondían. Un grupo de ciudadanos de la ciudad de Milwaukee no quiso consentir este canto al morbo y recaudó las cantidades necesarias, compró los bienes y los destruyó en secreto. Éste singular individuo murió en la cárcel a manos de otro trastornado que se creía enviado por Dios para ajusticiarlo, actualmente los científicos se pelean por conseguir su cerebro, que se encuentra muy dañado por los golpes que a la postre le causaron la muerte, a fin de poder estudiarlo convenientemente.

 

Pero las historias de psicópatas caníbales llegan aún a ser más increíbles y escalofriantes. Albert Fish fue capturado por la policía el 13 Diciembre de 1935 a raíz de una carta que envió a la madre de una niña que había desaparecido años atrás. En ella confesaba haberla "matado, cortado en pedazos y comido su carne", más tarde declaró haberse llevado cierta cantidad de carne del lugar del crimen para cocinarlo luego con zanahorias, cebolla y tiras de bacon. Ante el psiquiatra explicó que por orden divina se veía obligado a torturar y matar niños, el comérselos le provocaba un éxtasis sexual muy prolongado. Durante el juicio quedó probado que realizó todo tipo de perversiones con más de 100 niños matando además a 15.

Se descubrió también su extraño gusto por hacerse daño a sí mismo, uno de sus sistemas favoritos era clavarse agujas alrededor de los genitales. Una radiografía descubrió un total de 29 agujas en el interior de su cuerpo (algunas con tanto tiempo que habían empezado a oxidarse). En otras ocasiones había intentado introducirse agujas debajo de las uñas, pero no tardó en renunciar a ello cuando el dolor se hizo insoportable. También confesó las emociones que experimentaba al comerse sus propios excrementos, y el obsceno placer que le producía introducirse trozos de algodón empapado en alcohol dentro del recto y prenderles fuego. Los hijos de Fish contaron cómo habían visto a su padre golpeándose el cuerpo desnudo con tablones claveteados hasta hacer brotar sangre. Finalmente fue condenado a la silla eléctrica, fue ejecutado el 16 de Enero de 1936 en lo que fue la experiencia más agradable y afrodisíaca que jamás experimentó Albert Fish (acudió a su ejecución entusiasmado en busca de nuevas experiencias).

 

Como en las películas de terror más góticas, Ed Gein pasaba desapercibido entre sus vecinos que lo apreciaban como carpintero, aunque le tenían por una persona un poco rara y retraída. La desaparición de Bernice Worden llevó al ayudante del Sheriff hasta la granja de Gein. Cuando llamó a la puerta nadie contestó y entró por su cuenta. Allí comenzó el horror: el cuerpo sin cabeza de B. Worden colgaba de las vigas del cobertizo por los tobillos.

Todo había empezado con su madre, la cual no hacía más que poner pegas a sus instintos sexuales y acabó por prohibirle establecer cualquier tipo de contacto con las mujeres, lo que dio como resultado que el joven Ed desarrollara un morboso y poco natural interés por la anatomía femenina. Tras la muerte de su madre, Ed empezó a desenterrar cadáveres de cementerios para llevárselos a su casa para examinarlos y usarlos en actos de necrofilia y, según él, para tomar su carne como alimento. Los agentes de policía que registraron la granja de Ed encontraron infinidad de objetos que tenían como materia prima los cadáveres: había brazaletes y pantallas de lámpara hechos con piel humana, cabezas disecadas, un cuenco para sopa hecho con la tapa de un cráneo, sillas, copas y cuchillos hechos con piel, carne y huesos humanos. También el registro de la granja reveló otros horrores como las calaveras al pie de la cama, máscaras de piel humana, una caja de zapatos llena de vaginas disecadas, un cinturón de pezones y un delantal hecho con el torso desgarrado de una mujer, entre otras sutilezas.

En su confesión voluntaria habló del placer sexual que obtenía al envolver su cuerpo desnudo con la piel de sus víctimas. Los patólogos estimaron que los restos que hallaron en la granja eran de 15 personas distintas. No fue condenado pero fue encerrado en un centro psiquiátrico donde murió en 1984 a los 77 años de edad después haber sido un prisionero modelo. Su granja fue quemada por los vecinos de la localidad y aún hoy recuerdan como Ed les había obsequiado con suculentas piezas de carne, que había afirmado que eran de animales que él cazó, pero que posteriormente en su juicio, Gein reconoció que eran los despojos sobrantes de sus festines necrofágicos.

Georg Karl Grossman fue uno de los personajes más desagradables de la historia de Alemania. Grossman era un monstruo en la vida real y estaba dominado por perversiones tan depravadas que parecen sacadas de las películas gore más atroces.

 

Nació en Neurupen en 1863, fue un degenerado sexual y un sádico desde jovencito. En 1921 la policía fue alertada por un vecino de Grossman, que había oído unos golpes y gritos en la casa de al lado. Cuando llegó la policía los golpes habían cesado, los gritos también. Pero cuando entraron en la casa de Georg hallaron una joven muerta, aun caliente, preparada para ser asada y consumida en una barbacoa. Grossman llevaba 8 años viviendo en aquel apartamento y el número de chicas de la calle que pasaron por allí para satisfacer el apetito de Georg era tan grande, que se podría haber alimentado a todo la población de Ciudad Real con su carne durante una semana. Para hacerse una idea de la magnitud que alcanzaron las hazañas de Grossman sólo hay que recurrir a la cantidad de restos humanos que fueron descubiertos en la habitación de Gerog cuando fue arrestado: partes de todo tipo de los cuerpos de al menos 3 mujeres distintas que había asesinado y descuartizado en las 3 últimas semanas.

 

Pero lo suyo no acaba ahí. El hombre sabía sacar provecho económico de sus placeres y convertía a sus víctimas en perritos calientes que posteriormente vendía en la estación de tren. Georg Karl Grossman ahorraba dinero consumiendo sus propios productos. En cuanto a los restos inservibles, se limitaba a arrojarlos al río Spree. No se sabe cuántas víctimas (todas mujeres) cayeron a manos de Georg. Ha sido imposible determinarlo. Grossman acabó suicidándose en su celda mediante el ahorcamiento.

Fritz Haarmann era un homosexual de 45 años con un historial delictivo importante en el cual se incluían los abusos deshonestos y varias condenas. El día de su juicio se le acusó de 27 homicidios. La lista víctimas, todas ellas muchachos entre los 12 y 18 años era tan larga que cuando se la leyeron a Haarmann se vio obligado a decir: "Podría ser" o "No estoy seguro de ese". De hecho el calculo de víctimas efectuado por el propio prisionero era mucho más elevado: "Puede que fuesen unas 40. La verdad es que no consigo recordar el número exacto".

Haarman mataba a sus víctimas de un mordisco en la garganta; después separaba la carne de los huesos, y vendía la carne en el mercado negro para el consumo humano. La fuente de víctimas de Fritz era la estación de tren de Hannover donde acudían en masa niños que habían perdido sus raíces y jóvenes que huían de hogares destrozados por la guerra. Esos seres humanos se convirtieron en la presa natural de Haarmann, a quien le bastaba con unas palabras amables y una comida caliente para atraerlos a su guarida. Veinticuatro horas después la carne de la víctima estaba siendo hervida, asada, o frita por las amas de casa que la adquirieron.

En una ocasión hubo una investigación policial en la casa de Haarmann y la policía hizo un examen tan penoso que se les pasó por alto la cabeza envuelta en papel de periódico del joven Fridel Rothe, que estaba detrás de la cocina. Fritz se asoció en sus correrías con Hans Grans. A partir de ese momento la forma de seleccionar a las víctimas era que no les gustase su camisa o los pantalones que llevaban puestos.

 

Finalmente las sospechas de los vecinos que veían entrar cantidad de muchachos en su casa pero que no volvían a salir llevó a la policía a investigar la casa de Fritz otra vez. En esta ocasión se encontraron un montón de objetos personales de gente que se consideraba desconocida y algo mucho más acusador: las paredes estaban cubiertas de sangre. El propio Fritz pidió al juez ser condenado a pena de muerte. El tribunal le concedió su deseo y Haarmann fue decapitado el 20 de Diciembre de 1924 en Alemania.

 

Las historias que se conocen de psicópatas asesinos que practican el canibalismo son horribles en todos sus aspectos, parecen sacadas de novelas o películas más que de la realidad, pero hay que pensar que esos individuos existen y pasan a nuestro lado en la calle, les saludamos al cruzarnos con ellos o vamos a su casa a pedirles sal. Quizás pensar que podemos ser devorados reviva un terror venido de nuestros antepasados, puede causarnos aún más pánico la horrible manera de ser, no sólo comidos, sino además convertido en objetos de uso cotidiano, pero seguramente lo que de verdad nos da fobia es pensar que esos caníbales, en realidad, son casi casi como nosotros.


(C) Jaime Padilla Ruiz.